Universalidad y dominicanidad en la poesía de Franklin Mieses Burgos
Por Eva Guerrero Guerrero
Universidad de Salamanca
Y es la hora, oh Poeta, de declinar tu nombre, tu nación y tu raza.
Saint John Perse
Franklin Mieses Burgos ha sido considerado «uno de los poetas más importantes de América en el siglo xx» (Rueda, 45). Mieses Burgos (1907-1976) vivió y murió en Santo Domingo. Su formación intelectual, en la que influyeron gran número de autores tanto clásicos como modernos, fue de naturaleza autodidacta, ya que nunca cursó estudios universitarios, y hasta donde nos consta nunca salió de su patria. Sin embargo, su poética y la de sus compañeros de grupo abre una brecha que eleva el poema hasta una factura nunca vista hasta entonces en la República Dominicana.
Su nombre va unido al del grupo de La Poesía Sorprendida, pues su casa se llamó La Casa de la Poesía Sorprendida por ser el centro conocido, incluso desde el exterior, de sus actividades. Allí tienen lugar las reuniones y debates de donde surgirán las principales directrices del movimiento (Rueda, 45); de ahí que su obra solo pueda entenderse en el marco de dicho grupo, que nace asociado a la revista del mismo nombre; se trata de un proyecto editorial y poético que se extiende desde octubre de 1943 a mayo de 1947, y consta de un total de 21 números. La Poesía Sorprendida no solo reacciona contra Los Cuadernos Dominicanos de Cultura, publicación subvencionada por el régimen, sino contra toda producción poética de corte mimético en la que estaba anclada la poesía anterior.
La Poesía Sorprendida se compone de un colectivo de poetas que agrupa bajo una misma publicación a los poetas Franklin Mieses Burgos, Mariano Lebrón Saviñon, Manuel Rueda, Freddy Gatón Arce, Antonio Fernández Spencer, Aída Cartagena Portalatín, Manuel Valerio, Manuel Llanes, Juan Manuel Glass Mejía, al chileno Alberto Baeza Flores y al pintor español, Eugenio Fernández Granel, quien además de publicar textos en LPS diseñaba las viñetas que ilustraban la revista (García Cuevas, 42-43).
El contexto histórico en el que escriben estos poetas, y con el que quieren guardar distancia es la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. En el ámbito literario internacional estaríamos ya enmarcados en la postvanguardia y en el marco histórico del existencialismo y la angustia metafísica de la cultura occidental emanados de la Segunda Guerra Mundial: «Cuando apareció LPS el mundo se encontraba en plena guerra desatada por el nacionalismo de Hitler y Mussolini. Esta consigna de «Poesía con el hombre universal» es el enfrentamiento a la idea nazi fascista con la consigna del ideal de la Ilustración» (Baeza Flores, 508).
La Poesía Sorprendida puso en práctica un programa estético que transformó la caduca concepción del arte poético en la República Dominicana, dominado por un concepto de lo nacional apegado a lo folklórico y a lo telúrico. Los contactos con los textos de las vanguardias europeas e hispanoamericanas, más otros poetas que serán publicados en la revista, inaugurarán un nuevo momento estético frente a los movimientos precedentes: el vedrinismo y el postumismo.
Los postulados de la poesía sorprendida constituyeron un abierto rechazo a toda creación de naturaleza social o política, con tintes de localismo. Se convierte de este modo en un foco de difusión y de convergencia entre la poesía de varios países hispanoamericanos y europeos. La revista que lleva su nombre acoge a poetas que participan de la primera y segunda vanguardia, tanto desde el ámbito hispanoamericano como desde Europa, incluyendo poetas de la Generación del 27 (Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Lorca), poetas de Orígenes (Lezama Lima, Cintio Vitier; el nexo de unión con el ámbito cubano fue muy fuerte), trascendentalistas estadounidenses, surrealistas y otros, a nivel local, como es el caso de Domingo Moreno Jimenes, que proviene del postumismo, pero algunos poemas suyos llegaron a publicarse en las páginas de la revista.
El alcance de La Poesía Sorprendida para renovar el ambiente poético dominicano fue enorme, pues estaríamos hablando del primer momento de verdadera transformación en el cauce literario del país, de ahí que sean muy acertadas las palabras de Eugenio García Cuevas que, aunque amplias, consideramos de interés reproducirlas, por ser uno de los estudiosos más importantes del grupo:
[…] LPS incorpora consistentemente, por primera vez, al interior de la tradición y difusión poética dominicana una muestra considerable del pulso de la poesía internacional. […] Aparte de los autores dominicanos, LPS cerca en sus páginas muestras textuales de veintiún países, tanto contemporáneos de ellos con los que tienen algún tipo de filiación estética, como de la línea fundacional de la poesía hispánica.
Mirada desde este ángulo, no es casualidad que LPS haya incluido en sus páginas piezas de la tradición clásica española: San Juan de la Cruz, Garcilaso de la Vega, Fernando de Herrera, Luis de Góngora y Lope de Vega. Se trata de que LPS se siente heredera de esa tradición y quiere testimoniarlo publicando sus textos. En esa línea tampoco son aleatorios sus vínculos con algunos de los autores de la Generación del 27 y con Juan Ramón Jiménez, maestro de esa generación.
El enlace con Hispanoamérica queda reflejado al difundir en suelo dominicano autores de Puerto Rico, Chile, Perú, Argentina, Brasil, Ecuador, Haití, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, Guatemala y Cuba, entre otros (150).
La poesía que se estaba produciendo en este momento cambiaba totalmente el pulso de producción dominicana, de ahí que produjera un revulsivo en el país y que no fuera entendida por aquellos más próximos al régimen. Las mayores críticas se dan entonces en el debate entre lo universal y lo nacional, de ahí que Joaquín Balaguer, figura claramente asociada al trujillato señale:
En contraste con la recia personalidad de Peña Batle, medularmente dominicano, y con las plantas asentadas a su tierra nativa, se ha desarrollado durante el año 1946 un movimiento poético que se ha desentendido en absoluto de las esencias de la vida nacional y que se ha propuesto utilizar el verso como expresión del sentimiento cósmico y de las vaguedades espirituales que caracterizan el alma contemporánea: la «Poesía Sorprendida» (320).
Sin embargo, la figura de Peña Batle, como señala Manuel Rueda, fue muy significativa, de este modo remarca su importancia en su relación con Mieses Burgos:
Por su mediación [se entiende la de Mieses Burgos] llegan a la poesía sorprendida figuras como las de Rafael Américo Henríquez, vinculadas al postumismo, Manuel A. Peña Batle quien, al mismo tiempo, alivió por su destacada posición en la política de aquellos días y en ciertas circunstancias difíciles, las presiones que la dictadura mantenía en torno a La Poesía Sorprendida por su independencia, rigor y eclecticismo. (45)
Esto demuestra una falta de profundización y comprensión en lo que representaba una poesía que no abandona los aspectos esenciales de su tierra, sino que, sin dejar de lado el sufrimiento por el que estaba pasando el hombre dominicano en una época crucial de su historia, iba más allá —«Con el hombre universal», tal como rezaba el lema de la revista—, pero lo hacía desde unos cauces que la situaban en nuevos parámetros estéticos que la alejaban del mimetismo y del folklorismo anterior: «Lejos de negar la realidad, La Poesía Sorprendida la interpreta, pero entre cogerla en bruto e interpretarla media un mundo» (Mateo, 59-60).
Las preferencias son claras por la poesía francesa, poesía que más abunda en las páginas de la revista (André Breton, André Gide, Antonin Artaud, Guillaume Apollinaire, Jules Supervielle, Paul Valéry, Paul Claudel, Paul Éluard, Pierre Reverdy, Robert Desnos). Pero en los números de La Poesía Sorprendida son muchos los autores que aparecen, escritores que no habían estado presentes en la poesía dominicana, y de los que, sin duda, bebe Mieses Burgos, entre ellos, Blake, Rilke, D. H. Lawrence, Goethe, etc.
En ese ánimo de universalidad está sin duda la mayor conexión que se establece con el ámbito caribeño, de ahí que tengan mayor contacto, como ya se ha dicho, con los poetas cubanos, además de Lezama Lima y Cintio Vitier, habría que añadir a Gastón Vaquero, Eliseo Diego o Virgilio Piñera; también varios poetas puertorriqueños estuvieron relacionados con la revista Luis Hernández Aquino, Samuel Lugo, Carmelina Vizcarrondo y Francisco Matos Paoli, poetas también vinculados a una poesía de corte vanguardista y postvanguardista de tendencia metafísica y trascendentalista.
Alcántara Almánzar se refiere a la calidad de su poesía y al significado que adquiere la difusión de poetas internacionales en un medio que estaba habituado a un localismo extremo:
Influidos por el surrealismo y las vanguardias europeas, adversarios del regionalismo localista y la pobreza cultural. Propugnaban por una poesía con el hombre universal en contraposición a los que respaldaban un proyecto nacionalista que se había convertido en estandarte de polémicas literarias. Los poetas sorprendidos trabajaban en equipo, con verdadero y profundo espíritu de grupo. Formaron una revista en la que divulgan textos suyos y de poetas de todo el mundo. Durante los años en que se mantuvo la publicación (1943-1947) aparecieron en los cuadernos de LPS muchos de los textos más sólidos que se hayan escrito en el país en este siglo («Los escritores dominicanos durante la dictadura de Trujillo», 194).
Nos encontramos frente a un movimiento renovador que tiende a eliminar el insularismo y el nacionalismo ramplón, que se aleja de lo figurativo y de lo social de modo directo, pero que no abandona los problemas del hombre del momento, que eran también, y sobre todo, los del hombre dominicano. Para ello se vale de todas las influencias renovadoras que ofrecía la poesía universal. De este modo apunta Augusto C. Ogando:
La Poesía Sorprendida fue en realidad un movimiento ecléctico que buceó en la mayoría de los movimientos literarios de entonces. Así encontró en el surrealismo una oportuna forma de expresión por lo que propugnó desde un principio su adhesión a dicha corriente. De aquí que muchos críticos han pretendido enmarcar la poesía sorprendida dentro de la poesía evasiva, opinión que deja mucho que desear si consideramos el restringido ambiente político en que esta se desarrolló. Los poetas sorprendidos procuraron la construcción cuidadosa y engorrosa valiéndose de metáforas y símbolos enigmáticos […]. De manera pues que la poesía sorprendida explotó favorablemente lo que Rueda y Hernández Rueda han llamado técnicas de ocultamiento a tal punto que cada poema fuera de contexto no parece tener ninguna vinculación con el régimen trujillista (Ogando, 13-14).
Si nos centramos en Mieses Burgos, «uno de los poetas más profundos de la lengua española, y el más extraño caso entre los creadores de formas bellas de toda nuestra América» (Henríquez Gratereaux, 24), estaríamos hablando de un autor de no muy amplia producción, pero de gran manejo de registros, donde tienen cabida poemas de largo aliento con otros de carácter más popular en su primera etapa; pero en todos ellos se insertan símbolos e imágenes muy elaborados que nos muestran una sensibilidad y un tempo muy distinto a la anterior poesía dominicana. Entre sus obras destacan temas que aluden desde su mismo título a un ámbito más local, y otras que ofrecen resonancias más universales: Torre de voces (1929-1936), Trópico íntimo (1930-1946), Propiedad del recuerdo (1940-1942), Sin mundo ya y herido por el cielo (1943-1944) Clima de eternidad (1944), 12 sonetos y una canción a la rosa (1945-1947), Seis cantos para una sola muerte (1947-1948), El ángel destruido (1950 -1952) y Al oído de Dios (1954-1960).
Desde sus primeros poemas pertenecientes a Torre de voces, y fuera aún cronológicamente del discurso de La Poesía Sorprendida (pues están compuestos entre 1929-1936) se evidencian en Mieses Burgos un tono de ruptura y un deseo expreso de alzar una nueva «voz» frente a los discursos anteriores. Con ese clamor da comienzo el primer poema: «Yo sembraré mi voz en la carne del viento / para que nazca un árbol de canciones, / después me iré soñando músicas inaudibles / por los ojos sin párpados del llanto» («Canción de la voz florecida», 32).
Incluso es muy significativo que dicho poema se titule «Canción de la voz florecida», en alusión a esa renovada palabra/voz portadora de un nuevo tejido estético frente al estancamiento en el que había permanecido la poesía, de ahí la palabra que estalla en todos los sentidos, impregnándose así de nuevas sensaciones:
Colgada sobre el cielo dolido de la tarde
habrá una pena blanca, que no será la luna.
Será una fruta alta, recién amanecida,
una fruta redonda de palabras
sonoras como un canto:
maravilla sonámbula de un árbol
crecido de canciones, semilla estremecida
en la carne florecida del viento.
—mi voz (32).
Señala al respecto Fernando Ureña Rib:
En la poesía de Franklin Mieses Burgos resalta una estética plena de aspectos espirituales y sensoriales. La imagen táctil, olorosa, dotada de ciertas tersuras y alusiones musicales, sonoras y visuales hacen de Franklin Mieses Burgos el poeta de los sentidos» (en línea).
Uno de los temas que va a estar presente desde el principio y será una constante en su obra es la reflexión sobre el valor y el alcance de la poesía: una reflexión metapoética continua. En este libro se encuentra el famoso poema «Esta canción estaba tirada por el suelo» que remite al escaso alcance de la poética anterior, al estar inmersa en una realidad concreta, y no haber asumido un riesgo mayor con la palabra, cargándola de resonancias que incluyen lo universal, pero que no excluyen lo nacional:
Esta canción estaba tirada por el suelo,
como una hoja muerta, sin palabras;
la hallaron unos hombres que luego me la dieron
porque tuvieron miedo de aprender a cantarla.
[…]
Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales
cuando aún no era mía
esta canción que estaba tirada por el suelo
como una hoja muerta, sin palabras;
[…]
Pero ahora ya sé de las formas distintas
que preceden al ojo de la carne que mira,
y hasta puedo decir por qué caen de rodillas,
en las ojeras largas que circundan la noche,
las diluidas sombras de los pájaros (32).
Ahora se asumen nuevas imágenes «formas distintas / que preceden al ojo de la carne que mira» (32); desde un tono surrealista, esas «ojeras largas que circundan la noche» (32) se posicionan ante una nueva mirada a la realidad y hacia la angustia que provoca la misma realidad que encontramos en la poesía anterior, pero ahora con renovados bríos y nuevos tonos.
Lo local identitario está presente en muchos de sus versos, y de la preocupación por su tierra da fe a uno de sus poemas más conocidos: «Paisaje con un merengue al fondo», perteneciente a su libro Trópico íntimo (1940-1946), un intenso poema de largo aliento lírico, donde revisa la identidad dominicana, tomando la música como uno de los elementos constituyentes de la historia del pueblo dominicano:
Por dentro de tu noche
solitaria de un llanto de cuatrocientos años;
por dentro de tu noche caída entre estas islas
como un cielo terrible sembrado de huracanes
[…]
como un oscuro río desangran tus palabras,
lo mismo que dos tensos bejucos enroscados
bailemos un merengue: un furioso merengue
que nunca más se acabe (58).
Pero también realiza un acercamiento a dicha realidad a la que se le han atribuido unos estereotipos, realizando por encima de ellos un acto de relectura que devuelva una visión más completa y poliédrica de una realidad dolorosa, quizás para conjurarla con la palabra:
¿Que fuimos y que somos los mismos marrulleros
los mismos reticentes del pasado y de siempre?
¿Que dentro de la escala de los seres humanos
hay muchos que suponen que nosotros no vamos
más allá del alcance de un plato de sancocho?
Puede ser, no lo niego; pero ahora entre tanto
bailemos un merengue de espaldas a la sombra
de tus viejos dolores
más allá de tu noche eterna que no acaba
frente a frente a la herida violeta de tus labios
por donde gota a gota
como un oscuro río desangran tus palabras.
Bailemos un merengue que nunca más se acabe,
bailemos un merengue hasta la madrugada
el furioso merengue que ha sido nuestra historia (60).
Estamos hablando de una poesía que refleja en este caso una honda y dura realidad concreta dominicana, simbolizando en la música una identidad nacional que el autor acepta como especificidad cultural, musical, donde más allá de una historia fragmentada se reconocen todos los dominicanos, de ahí que aboque por otro tipo de dominicanidad que la transmitida, tradicionalmente basada en estereotipos que ocultan su yo profundo.
Sin embargo, dos de los libros que más adquieren, desde mi punto de vista, un carácter de universalidad, sin abandonar la referencialidad dominicana, y que alcanzan también un carácter más hermético son Sin mundo ya y herido por el cielo (1943-1944) y Clima de eternidad (1944). Desde el título del primer libro, Sin mundo ya y herido por el cielo, se advierte la desolación (sin mundo ya) y el sufrimiento (y herido por el cielo), con claras resonancias lorquianas.
El corpus lingüístico de ambas obras remite a un ámbito de desgarramiento moral y espiritual. En el inicio del primer poema de los cinco que componen Sin mundo ya y herido por el cielo titulado con mucho acierto «Imploración», nos encontramos con un yo poético en un estado de desesperanza, sumido en una desazón que, sin abandonar su referente nacional, sin duda tiene un alcance cósmico:
Sin mundo ya y herido por el cielo
voy hacia ti en mi carne de angustia iluminada,
como en busca de otra pretérita ribera
en donde serafines más altos y mejores
harán por ti más blando y preferible
este mi humano corazón de tierra (77).
Del mismo modo que los trascendentalistas estadounidenses urgieron a que cada individuo buscara, en palabras de Ralph Waldo Emerson, «una relación original con el universo», este mismo poema se declara anclado a su tierra, pero perteneciente a un cosmos claro, de ahí los versos:
Tu hijo de tierra y huracanes hecho
en la unidad universal del cosmos.
Tu hijo, el de las briznas de fuego y los cantos,
es sumergida isla, de llanto y de dolores;
el que te mira a ti, transfigurado,
en clima de distintos hemisferios,
uno y plural en tu palabra eterna (77).
La Poesía Sorprendida llevó a cabo un arduo trabajo del lenguaje, lo que conllevó una forma distinta de enfrentarse a la realidad y a asumirla, dicha realidad nacional se conjuró con la palabra de un modo profundo y con referentes universales inesperados para el régimen. Son muchos los escritores que se han pronunciado en relación con el modo en que aparece el tema dominicano en los autores de La Poesía Sorprendida, de ahí que así lo exprese uno de los que pertenecieron al grupo, Baeza Flores:
La presencia del tema dominicano en la poesía de Mieses Burgos, y en la de otros poetas de La Poesía Sorprendida, es profunda. Lo que ocurre es que el lector estaba habituado a una dominicanidad más objetiva, y La Poesía Sorprendida y Mieses Burgos, especialmente, inaugura una dominicanidad subjetiva, interior, muy honda, por sus símbolos (557).
La poesía de Mieses Burgos aúna el dolor particular de cada uno con lo universal; pero de ningún modo están ausentes los momentos cruciales por los que está pasando su tierra, sin embargo se expresa en una rebelión calmada contra la razón a la que no estaba acostumbrada la poesía dominicana. Todo el libro aparece signado por un ansia de libertad; y sería empobrecedor limitarlo al referente dominicano, se expresa, un carácter mucho más universalizante, que nos lleva a una angustia sin remedio; así concluye su poema «Tema» donde nos encontramos con un poema extenso que rezuma una eterna oración, que desemboca, como decimos, en los versos finales:
Que nada estará libre
ni el asno pensativo ni la piedra callada;
[…]
ni la madre ni el hijo
que nada estará libre
aquí, en esta tierra,
en este mismo espacio en que morimos,
en una eterna muerte, sin reposo (81).
Esa superación de lo nacional social y evidente vino a ser necesaria en un país que sufría una dictadura que «anquilosaba» las letras; dicha superación se logró a través del arduo trabajo del lenguaje llevando la poesía dominicana a unas dimensiones no conocidas hasta entonces:
Los escritores […] hastiados de gastados patriotismos de carácter político y cultural, tienden a evitar el nacionalismo superficial y el lirismo evidente para salir en busca de modalidades literarias de mayor hermetismo y profundidad con frecuencia afines al surrealismo (Olivera, 221-222).
El rigor del tempo lírico y del simbolismo de las imágenes de Mieses Burgos carece de referentes para los años cuarenta en la República Dominicana. Continuamente tenemos presente la ansiedad en relación con el lenguaje, la necesidad de una expresión justa, exacta, exigente, y de hallar un lugar donde extender su palabra; de ahí que exclame en el poema «Tercera variación»:
¡Oh llanto inagotable
de no saber dónde sembrar nuestras palabras;
nuestros signos humanos sin nombres designados
secos árboles donde no crece ningún sueño
ninguna voz vibrante tampoco madrugada
en el cielo remoto de los vocablos (83).
Del mismo modo, en el poema «Conclusión» clama por la soledad en que se encuentra el hombre dominicano unida a la del hombre universal:
¿Qué descarnada mano de arcángel o demonio
en la insondable noche donde termina el mundo
me está cerrando siempre tu ventana más alta?
¡Esa ventana tuya por donde yo he querido lanzar mi último grito,
mi más pesada piedra de soledad crecida (84).
En un sentido más amplio, en el prólogo a las Obras completas del autor, remarcó Fernández Spencer la imposibilidad de sentirse ajenos al dolor de los demás hombres:
Hemos entrado en un periodo en que el hombre alerta de cualquier pueblo se siente partícipe en la historia de todo el planeta. Un hombre con esa vocación de participar en la historia de su mundo no puede entender la propensión, para él anacrónica, hacia el nacionalismo de ciertos grupos humanos. Ese hombre comprende la existencia de cada nación en particular en la medida que la ve siendo parte del destino comunitario de la vida humana que lucha por alcanzar su plenitud en el final del siglo xx. (17)
Será en Clima de eternidad (1944) donde se hace más evidente su dolor. Se nota la consciencia del sujeto lírico al emitir su grito contra los horrores visibles del mundo cercano y lejano, ambos mundos son uno, porque las respectivas angustias se han convertido en la misma. El libro está compuesto por dos poemas : «Ariel esperanzado» y «Prometeo mortal», cuyo hilo conductor es la ausencia de libertad que amordaza al hombre. Este grito común y quedo por la libertad viene expresado desde la dedicatoria «a Enrique Casal Chapí y Eugenio Fernández Granell, través de la España andariega y mejor» (82), músico el primero y músico, poeta y también pintor el segundo, que, como hemos dicho anteriormente, había colaborado en las páginas de La Poesía Sorprendida, ambos exiliados en República Dominicana. El primer poema, «Ariel esperanzado», ya empieza con un clamor de dolorosas resonancias bíblicas:
Un longino de piedra clava lanzas oscuras
al costado del mundo.
¡Oh mi joven amigo, camarada!,
Ya es hora de partir cantando hacia la tierra
solitaria y sin nombre donde florece el árbol
de las nuevas palabras, donde se da la yerba
de la dulce esperanza, con la cual lo amoroso
redime a lo terrestre del lastre con que el hombre
fabrica sus cadenas mortales medio a medio
de la noche insondable que puebla su horizonte (86).
La palabra es lo único que parece liberar al poeta en huida hacia «donde florece el árbol / de las nuevas palabras» (86) y «la dulce esperanza» (86); que, sin embargo, no puede alcanzarse. La voz del poeta como eco social se ensancha aquí para testimoniar una tragedia que va más allá de lo nacional: «Hay que decirle adiós a las banderas / […] / Tu patria no es de tela, el universo es tuyo / el cielo es tu bandera / Podemos irnos lejos / hasta la misma noche del aluvión primero» («Ariel esperanzado», 87). Aun en poemas de una clara referencia universal la crítica se ha interesado por lo dominicano, de ahí que Fernandez Spencer, compañero del grupo haya señalado:
Clima de eternidad es la tragedia de la tiranía que vivimos los dominicanos cuando nos atropellaba Trujillo. Solo Mieses Burgos, sin salir del país, acusó, publicando ese poema, a la tiranía que, «con su oscuro tambor de sangre», manchaba nuestra patria. Y lo hizo como los grandes poetas escriben sus denuncias: sin traicionar el arte. («El genio mitológico de Mieses Burgos», 56)
Sin duda alguna, hay en Mieses Burgos un tono que trasciende lo local, pero eso no le impide estar anclado y preocupado por una realidad cotidiana, hecho que más le han criticado desde dentro, por seguir en una dictadura, sin embargo, este aspecto no puede obviarse, esta poesía no puede sustraerse del ambiente en el que fue compuesta, aunque no haya una poesía mimética de denuncia social ni telúrica como sí lo tenían los postumistas, de ahí que citando de nuevo a Eugenio García Cuevas:
Aunque en nuestro estudio de la colección completa de LPS no hemos encontrado ninguna manifestación lingüística directa que apunte al régimen trujillista, y que insinúe asomos de militancia directa en contra de Trujillo, no quiere ello decir, sin embargo, que, solapadamente no se fragüe en los textos poéticos, teóricos y críticos y en algunas notas marginales, un estado de angustia, dolor, desamparo y soledad que vincule a los poetas de LPS con el existencialismo y que desemboca en la construcción de un campo semántico, una especie de eje obsesivo, en torno a la muerte de la libertad y la existencialidad; de donde se derive simbólicamente, que ante la impotencia de actuar directamente como sujetos históricos políticos frente al estado de agobio moral y cívico que vivía el país en los años cuarenta bajo el trujillismo, no sea casual que LPS proponga como respuesta una vinculación con lo más logrado estéticamente de lo universal, específicamente en la poesía francesa e hispana (161-162).
Una ojeada al vocabulario de este libro nos lleva hacia términos tan sugerentes como cementerio, osamenta, difunto, muerto, miedo, horror, horrible, niebla, sangre, noche, angustia, tiniebla, etc. Con un inventario de imágenes, que nos recuerda al poema «Insomnio» de Hijos de la ira de Dámaso Alonso o al Neruda de la Segunda Residencia, nos encontramos con un tejido poético del horror de alcance local y universal:
La vida es solo un ancho cementerio sembrado
de vocablos extintos, de oscuras osamentas
de prehistóricas voces y de gritos difuntos.
Aquí ya nada queda. Vamos sobre los muertos
irremisiblemente, con una inmensa flor
de hielo en la cabeza («Ariel esperanzado», 87).
Sin embargo, la ausencia de libertad se vuelve acuciante y presencia viva en el segundo poema, donde no hay resquicio para la más mínima esperanza, y desde el mismo título, «Prometeo mortal», el hombre (dominicano, el ser humano en general) aparece «encadenado» a un destino «roca» inamovible que, como mortales, resulta imposible esquivar:
Sujetos Prometeos a la roca invencible
de una carne sin alas, donde esculpe el silencio
sus estatuas perennes de rencor y de miedo.
¿Dónde encontrar entonces
la asequible garganta posible para el río
de nuestro propio llanto de fuego derramado?
[…]
hundidos en la entraña del terrible tambor
donde golpea furiosa la sangre derramada
de los últimos muertos
[…]
¡Pobres dioses humanos
a un inmenso dolor de eternidad, atados! (90).
La poesía de Mieses Burgos y el grupo de La Poesía Sorprendida supera el folklorismo y los elementos regionalistas en que estaba enclaustrada la anterior poética, y en la dinámica universalidad/dominicanidad ambas están presentes, pero, sobre todo, esta última queda trascendida a nivel formal y al encontrarnos con una mayor exigencia verbal que sugiere más de lo que dice. El rigor formal de sus poemas y la decidida fortaleza de sus imágenes lo posicionaron en una orientación distinta. La Poesía Sorprendida inserta a la poesía dominicana en nuevos parámetros que la alejan de la esclerosis en que se hallaba históricamente, acendrada por la dictadura de Trujillo. Aun incluyendo en su obra un claro lamento por la desgracia del pueblo dominicano, Mieses Burgos les infundió a sus versos un aliento de universalidad que revolucionó la poesía dominicana de entonces, convirtiéndose en un referente ineludible de las letras dominicanas del siglo xx.
Obras citadas
- Alcántara Almánzar , José. (1979). Estudios de poesía dominicana. Santo Domingo: Alfa y Omega.
- —(1990). «Los escritores dominicanos durante la dictadura de Trujillo». Los escritores dominicanos y la cultura. República Dominicana: Intec. 183-197.
- Baeza Flores, Alberto. (1977). La poesía dominicana en el siglo xx. Santiago: UCMM.
- Balaguer, Joaquín. (1956). Historia de la literatura dominicana. 5.ª ed. Buenos Aires: Gráfica Guadalupe.
- Berroa, Rei. (2007). Aproximaciones a la literatura dominicana 1930-1980. Santo Domingo: Colección del Banco Central de la República Dominicana.
- Céspedes, Diógenes. (1997). La poética de Franklin Mieses Burgos. Santo Domingo: Colección Banco de Reservas.
- Fernández Spencer , Antonio. (1982). Nueva poesía dominicana. Santo Domingo: Publicaciones América.
- —(1986). «El genio mitológico de Mieses Burgos». En Franklin Mieses Burgos. Clima de eternidad. Obra poética. Santo Domingo: Editora Nacional. 2-19.
- García cuevas, Eugenio. (2011). Poesía moderna dominicana del siglo xx y los contextos internacionales (Estudio sobre La Poesía Sorprendida). Premio Nacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña. Santo Domingo: Editora Nacional.
- Henríquez Gratereux , Federico. (1986). «El sembrador de voces». En Franklin Mieses Burgos. Clima de eternidad. Obra poética. Santo Domingo: Editora Nacional. 23-30.
- Henríquez ureña , Pedro. (1978). Las corrientes literarias en la América Hispánica. 4.ª edición. Ciudad de México: FCE.
- Mateo, Andrés L. (1997). Manifiestos literarios de la República Dominicana. Santo Domingo: Editora de Colores.
- Mieses burgos, Franklin. (1986). Clima de eternidad. Obra poética. Santo Domingo: Editora Nacional.
- Mora Serrano, Manuel. (2011). Postumismo y vedrinismo. Primeras vanguardias dominicanas. Santo Domingo: Editora Nacional.
- Ogando, Augusto C. (1983). «La Poesía Sorprendida (1943-1947)». Medio Siglo de Poesía dominicana (Santo Domingo) 19: 12-20.
- Oliveira, Otto. (2007). «Del ideal estético al ideal patriótico en La Poesía Sorprendida». En Aproximaciones a la literatura dominicana 1930-1980. Ed. Rei Berroa. Santo Domingo: Colección del Banco Central de la República Dominicana. 221-235.
- Rueda, Manuel. (1996). Dos siglos de literatura dominicana (SS. xix-xx) Poesía (II). Eds. Arístides Inchaústegui y Blanca Delgado Malagón. Colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional. Vol. X. Santo Domingo: Editora Corripio.
- Ureña Rib, Fernando. «Franklin Mieses Burgos. Canción de la voz florecida». Archivo de Latin Art Museum. Documento de Internet disponible en <http://www.latinartmuseum.com/mieses_burgos.htm>. Fecha de consulta: 15.01.2015.