jueves, junio 05, 2025

Vestigio de lo inédito

 

Vestigio de lo inédito

en el digital espacio de la ausencia

solo queda la nada

Domingo Acevedo.

Enero/22


Foto tomada de la red.

La tarde

 

La tarde es una puerta por donde la noche entra todos los días a la ciudad y la cubre de oscuridad, de sombras que salpican los rincones de los edificios antiguos desde donde los fantasmas coloniales acechan a los transeúntes melancólicos que pasean por la calle el Conde sin más prisa que la de llegar a un bar a tomarse un trago

Domingo Acevedo.

Enero/22

Foto tomada de la red.

La tarde cae sobre las copas de los arboles

 

La tarde cae sobre las copas de los arboles como una tenue red, coloreando de sombras  y misterios la brisa que va pintando de oscuridad el horizonte, donde el sol  ha dejado un rastro de nubes crepusculares que son el ultimo reflejo  del día que muere en las alas de un enjambre de pájaros que buscan sus nidos.

Domingo Acevedo.

Enero/22

Foto tomada de la red.

Mi voz

 

Mi voz es el grito que brota de la memoria del olvido

y se hace un verso

canto de amor que rompe las cadenas del tiempo

y libera la verdad.

Domingo Acevedo.

Enero/22


Foto tomada de la red.

Poesía amorosa y poesía social de República Dominicana

 

POR CARMEN CENTENO AÑESES  | 5 DE AGOSTO DE 2016/Revista 80grados/www.80grados.net Enlace http://www.80grados.net/poesia-amorosa-y-poesia-social-de-republica-dominicana/

De la Antilla donde viviera Eugenio María de Hostos por muchos años, República Dominicana, y a la que nos unen lazos históricos, culturales y demográficos, nos llegan dos tomos de poesía compilados por la destacada novelista, ensayista y poeta Ángela Hernández, financiados por la Fundación Refidomsa (Refinería Dominicana de Petróleo).

El primero de ellos, está dedicado a la poesía amorosa y el segundo a la poesía social. Ambos tienen prólogos de reconocidos escritores: Jeanette Miller y Mateo Morrison. Los libros incluyen las palabras de Hernández y sus criterios de selección. Los textos están divididos por los años o siglo de nacimiento de los autores: los primeros son los nacidos en el siglo XIX, los segundos del 1901 al 1940, los terceros del 1941 al 1970 y los últimos, que componen el grupo menor, de 1971 en adelante.

En el primer tomo dedicado a la poesía amorosa, la antóloga se propuso presentar una pluralidad de voces. Es mejor, para ella, que sobre el amor y sus interpretaciones hablen sujetos disímiles en el tiempo y en la estética. Recorre así el siglo XIX, el XX y el XXI ofreciéndonos poemas de distintas épocas de la historia literaria dominicana marcados por los gustos estéticos correspondientes a su tiempo. Uno de los méritos de estas antologías es que ofrecen datos bio-biográficos de sus autores y autoras, y que la selección es amplia, por lo que se cumple con develar la existencia de un gran número de escritores caribeños, donde residen gran parte de los países invisibles, como llama a los periféricos el novelista y ensayista puertorriqueño Eduardo Lalo.

Nos dice la escritora en sus palabras iniciales que “los acomodamientos, roces y distinciones entre “amor”, “erotismo” y “sexo”, así como la primacía a uno u otro, han dado pie a profusas interpretaciones y prácticas, que cambian en épocas, regiones y culturas”. Era mejor por ello que los poemas mismos definieran el amor. ¿Qué es el amor? ¿Acaso  existe una respuesta absoluta? Tal vez la más cercana a su carácter heterogéneo y dual sea la de Lope de Vega citada en sus palabras: “Desmayarse, atreverse, estar furioso,/áspero, tierno, liberal, esquivo,/alentado, mortal, difunto, vivo,/leal, traidor, cobarde y animoso”. O las del magnífico sonetista Francisco de Quevedo: “Es hielo abrasador, es fuego helado/ es herida que duele y no se siente,/es un soñado bien, un mal presente,/es un breve descanso muy cansado”.

“Sexo, erotismo y amor son aspectos del mismo fenómeno, manifestaciones de lo que llamamos vida”, (15) alega Octavio Paz en su libro La llama  doble. Para el teólogo Leonardo Boff el erotismo es pulsión de vida, según señala en San Francisco de Asís, ternura y vigor, en lo que concuerda con el mexicano. Esta amplia y ambiciosa antología, que reúne las voces más destacadas de la lírica amorosa dominicana, nos presenta los tres elementos mencionados por Paz. Hay en ella una exclusión tajante: la de Joaquín Balaguer. Concuerdo con Ángela Hernández, como inferencia, en que el amor y la ética no deben de estar reñidos. El autor intelectual de muchas de las políticas represivas de Rafael Trujillo y de las que él mismo elaborara en el poder no puede estar al lado de quienes sembraran  solidaridad y amor.

Entre los poetas seleccionados pertenecientes al siglo XIX se encuentran Félix María del Monte, Federico Henríquez y Carvajal, Salomé Ureña, Fabio Fiallo, Livia Veloz, y Rafael Américo Henríquez, entre otros que hacen un total de veinte. De ese ícono patriótico y antillano que fue Salomé Ureña, colaboradora de Hostos y de causas libertarias, son estos versos tomados del poema “Amor y anhelo” que reflejan un delicado erotismo: “Ven y tu mano del pecho amante/calme amorosa las penas mil,/¡oh de mis ansias único objeto!/Ven, que a ti solo quiero en secreto/Contar mis sueños de amor febril”. (48)

En estos poetas late, sobre todo, la corriente romántica con su “libertad imaginativa”, (22) como señala Jeanette Miller en el prólogo. La pasión ciega de los versos de Gastón Fernando Deligne nos ilustra este señalamiento: “¡Así es mejor! – Vivir en el deseo,/es una llama alimentar perpetua;/¡es vivir abrasados, cual vivían/los mártires, los místicos y ascetas!”. (55) Denis de Rougement comenta en su libro El amor y Occidente, a la luz de la obra mística de Santa Teresa, que “los amantes ‘apasionados’ son sin duda místicos que no lo saben”. (171)

Entre los poetas nacidos entre 1901 y 1940 mencionamos, no por jerarquías estéticas sino por ser más conocidos en Puerto Rico, a Manuel del Cabral, Franklin Mieses Burgos, Pedro Mir, Aida Cartagena Portalatín, Manuel Rueda, y René del Risco Bermúdez.  Ya nos encontramos con versos más ampulosos, más alejados de los moldes tradicionales, de las ordenadas estrofas tan cultivadas en el siglo XIX, no tan atados a las rimas como sus predecesores, porque ya el modernismo y luego las vanguardias artísticas influyen en la poesía gestada en estos años y el verso libre se va abriendo espacio. En la década del cuarenta surge la Poesía sorprendida que se gesta en el 1943 con ansias universales y como reacción al movimiento postumista de los años veinte más centrado en lo regional. La pasión,  en ocasiones, prevalece en la ausencia del sujeto amado, como vemos en “Canción de la  amada sin presencia” de Franklin Mieses Burgos, autor perteneciente al grupo:

Antes de que tu voz fuera color de trino

y tus ojos dos sombras salobres como algas;

cuando aún tu sonrisa no era un camino abierto

para encender al alba, sino una melodía

en un país remoto de la tarde;

entonces, -¿lo recuerdas? -,

todos éramos uno en la unidad de Dios

y mi aliento de vida era tu mismo aliento,

porque tú eras yo.

¡Oh indescifrable enigma de la rosa y el viento:

yo me amaba en ti misma!

Todavía el ocaso no era un pájaro muerto

colgado entre dos ramas,

ni se dolía la noche

en la angustia pequeña de los nardos.

ni el cielo era de trapo,

ni el mar una hoja verde sin sirenas. (90)

El periodo que la editora compacta entre los nacidos en los años  1941 a 1970 nos ofrece nuevos caminos poéticos. En este apartado se incluye a escritores como Jeanette Miller, Mateo Morrison, Chiqui Vicioso, José Rafael Lantigua, Alexis Gómez Rosa, Ylonka Nacidit Perdomo, Basilio Beillard para completar un total de 39 escritores. Es difícil elegir, debido al alto nivel de los poetas y a la variedad que presentan los mismos, casi todos versolibristas, un poema que sea representativo de otra cosa que no sea la alta calidad de la poesía amorosa dominicana. Ya lo sexual se presenta de forma menos escondida como se aprecia en César Sánchez Vera quien  versa así en el poema “Su boca era un rumor de gotas sobre el techo”:

Ella amaba la lluvia

Y ella era en sí misma

Una lluvia indecible de trigos y amapolas

Cual si fuera una huida de plenitud y asombro

Su boca era un rumor de gotas sobre el techo

Y su sexo un camino poblado de relámpagos (175)

En la parte final, correspondiente a los nacidos a partir del 1971, los autores se decantan por el verso libre. Entre ellos se incluyen a Frank Báez, Néstor Rodríguez, Farah Hallal,y Ariadna Vázquez, entre otros. De Báez son estos versos sobre el amor y la escritura: “todos los poemas de amor son irreales/los poemas de amor que el poeta escribe intencionalmente irreales/son los más reales de todo”.

El segundo tomo devela distintas temáticas y es que lo social reúne desde la historia de la nación, sus héroes, las corrientes de pensamiento, el pensamiento marginal, la reflexión filosófica, además de otros temas diversos como la escritura misma. Recordemos que en tiempos de crisis la poesía ha sido cultivada de forma testimonial y comprometida. Así lo han hecho Pablo Neruda, Roque Dalton, Juan Antonio Corretjer, Ernesto Cardenal, Pedro Pietri, Nancy Morejón, Julia de Burgos, Gioconda Belli,  Rosario Castellanos, entre muchos que nos recuerdan los versos del español Gabriel Celaya: “maldigo la poesía concebida como un lujo/ cultural por los neutrales/que, lavándose las manos, se desentienden y evaden/maldigo la poesía de quien no toma partido/partido hasta mancharse”.

En los poemas escritos en el siglo XIX presentados en el tomo de poesía social puede verse el proceso de criollización o la afirmación de la diferencia con la metrópoli. También vemos el americanismo en boca de mujer. De Josefa Perdomo es el poema “A Bolívar” en el que elogia admirativamente su gesta libertadora. (34) Como ha visto Eric Hobsbawm en su enjundioso libro The Invention of Tradition, lo nacional construye sus íconos y sus héroes.

Salomé Ureña, a tono con su tiempo, le canta al progreso: “y, entre el aplauso inteligente al mundo/el gran Hosanna del Progreso cante”. (42) Sorprendentes resultan el canto feminista “Nosotras” de Isabel Amechazurra de Pellerano y el poema “A los héroes sin nombre” de Federico Bermúdez en el que nos ofrece otra concepción de la historia.

La segunda parte, la de los nacidos entre el 1901 y 1940, se inicia con Manuel del Cabral y su poema “Trópico picapedrero” en el que presenta el dolor de los hombres negros, incluyendo al haitiano: “Contra la inocencia de las piedras blancas/los haitianos pican, bajo un sol de ron./Los negros que erizan de chispas las piedras/son noches que rompen pedazos de sol”. (61) Se  encuentra en esta sección el famoso poema de Pedro Mir, perteneciente a la generación de los independientes, “Hay un país en el mundo” en el que vemos su intenso amor por el lugar en que nació. Mediante el frecuente uso de la anáfora y el paralelismo el escritor recrea el dolor por la tierra y los personajes humildes: el albañil, el carpintero, los cargadores, el niño del guarapo en un país donde los campesinos no tienen tierra: “Plumón de nido nivel de luna/salud del oro guitarra abierta/final de viaje donde una isla/los campesinos no tienen tierra”. (78)

No podía faltar Aida Cartagena Portalatín, uno de los importantes miembros del grupo  de la Poesía sorprendida. En “Otoño negro” denuncia el odio hacia los negros de los blancos de Alabama: “Su luz de carne negra iluminando el Orbe. / No es hora de un grito jubiloso./Afligida la tierra, hasta la tierra llora…/!Hasta la muerte llora las cuatro niñas negras!”. (88)  Imposible dejar de incluir un poema sobre las hermanas Mirabal, asesinadas por Trujillo, escrito por Carmen Natalia Martínez: “No hubo dulzura igual a su dulzura/Los ríos se crecieron para llorar por ellas,/Palomas con el pecho florecido en claveles,/Las Mirabal cayeron de cara a las estrellas”. (85)

“La canción del rayano” (94) de Manuel Rueda nos muestra en su lenguaje coloquial la agonía de estar dividido. El autor alude al que vive en los bordes de la nación, entre Haití y República Dominicana y que, en este sentido, asume una nueva identidad. Hay otros autores de esta sección que hacen mención de la problemática racial, tema que se aborda en el ensayo dominicano contemporáneo. Estos son Juan Sánchez Lamouth con su “Saludo al poeta Leopoldo Sedar Senghor” y Ramón Francisco con “Los negros reb (v)elados”. Resulta interesante que consigne al vudú, negado por muchos como parte de la idiosincrasia dominicana: “¡Tú tién que bailá Voudú!/¡Oui, Monsieur!/¡Tú tién que baila Voudú!” (109)

Varios de los autores nacidos del 1940 al 1971 demuestran un gusto por la poesía conversacional que no necesariamente se aparta siempre de ingeniosos tropos o de un lenguaje hermético. Jeanette Miller, Mateo Morrison, Alexis Gómez Rosa, Soledad Álvarez, Tomás Castro Burdiez, Ángela Hernández son algunos de los poetas seleccionados que completan un total de 28 poesías. Esta sección me parece la más heterogénea de todas en cuanto a estética se refiere. Encontramos en ella tanto el febril canto de largos versos de Jacques Viau Renaud, en el que el Simidor (artista o cantante, de acuerdo con la editora) lanza su llamado al pueblo como una especie de profeta, al igual que los versos iracundos de Miguel Alfonseca en el poema “Coral sombrío para invasores: “Morirán sobre una tierra que no es suya,/entre unos hombres de distinta lengua, ojos diferentes/ y distinto corazón”. (131) Su alusión a los norteamericanos (“Morirán sin los abetos de Vermont”) permite recordar las invasiones de los Estados Unidos al país caribeño y la resistencia de los dominicanos a las mismas. Soledad Álvarez, quien se desarrolla con el grupo de postguerra de 1965, cultiva la misma temática en su poema “Noción de abril (1965)” dedicado a la invasión estadounidense. (160) Por otra parte, Ángela Hernández nos ofrece un novedoso poema por su uso del lenguaje, la heterogeneidad de los elementos enumerados y lo críptico de sus metáforas: “El árbol es silencio. Prueba./Grafiti de la oculta inteligencia./La memoria del hacha./Cópula de vientos./Otros mundos”. (165) Nos recuerda así que la poesía es también una negación del lenguaje y de la propia gramática.

La poesía social gestada por los nacidos del 1971 en adelante es versolibrista, de acuerdo con la selección de la editora, y se centra en el ser humano común, en la decepción ante el mundo bélico que les ha precedido y la gentrificación que caracteriza al mundo globalizado. Frank Báez proclama: “Y donde había una casa/levantarán un edificio, Y donde había un parque o un play/levantarán un supermercado, un proyecto/habitacional y una cadena de moteles”. (189) La sección termina con un poema feminista, “Anacaona”, de Camila Rivera González, que afirma de forma contestataria la nueva femineidad de la mujer, cimentándose a su vez en la figura indígena que resistió a los invasores españoles:

no soy sumisa

no soy católica, me enferman tus impedimentos de amor , blanco cruel

yo no fui la esclava que aceptó salir de tu costilla

eso lo hizo Eva, blanco cruel

yo soy hija del sol y de la luna

nací justo en el amanecer de un ruiseñor

nací para ser mujer, para ser mujer

ser mujer y como mujer gobernar Jaragua

como mujer amar

como mujer ser musa y poeta

como mujer ser luz (194)

Evoquemos las palabras de Jacques Derrida sobre qué cosa es la poesía: “El poema puede hacerse un ovillo pero es para volver otra vez sus signos agudos hacia afuera”.

La poesía dominicana que nos muestra Ángela Hernández demuestra una riqueza formal y temática, tanto la amorosa como la social, que amerita mayor divulgación, sobre todo, en el mismo Caribe hispánico donde penosamente nos dividen condiciones políticas. Pudiera haber ausencias en estas antologías, pero sus presencias reiteran la existencia de un vigoroso cultivo del género poético en República Dominicana.

Libros citados:

Antología de poesía amorosa. Selección y edición de Ángela Hernández Núñez. Tomo I. Colección Poesía Dominicana. Santo Domingo: Refidomsa PDV, 2015. Impreso

Antología de poesía social Selección y edición de Ángela Hernández Núñez. Tomo II. Colección Poesía Dominicana. Santo Domingo: Refidomsa PDV, 2015. Impreso

Derrida, Jacques. “Che cos’e la poesía?” Publicado en Poesia, 1, 11 de noviembre de 1988. http://redaprenderycambiar.com.ar/derrida/textos/poesia.htm

Gutiérrez, Franklin. Diccionario de la literatura dominicana. Biobibliográfico y terminológico. Santo Domingo: Ediciones de Cultura, 2010. Impreso

Hobsbawn, Eric y Terence Ranger. The Invention of Tradition.Great Britain: University Press Cambridge, 1996. Impreso

Paz, Octavio. La llama doble. Amor y erotismo. Barcelona: Galaxia Gutemberg, 1997. Impreso

Rougement, Denis de. El amor y occidente. Barcelona: Kairós, 1986. Impreso

5 de junio día mundial del medio ambiente.

miércoles, junio 04, 2025

Los cinco grandes poetas dominicanos

 


Los cinco grandes poetas dominicanos

Literatura

En la República Dominicana la poesía es el género más cultivado. Sus rastros se encuentran en los días de la colonia. La falta de desarrollo económico, el aislamiento impuesto por los ataques de las potencias europeas a España y el sistema de navegación, hicieron de la isla un lugar de escaso desarrollo comercial y por ende cultural. Vino a salir de su marasmo luego de la Revolución haitiana, pero las élites no pudieron desarrollar su capacidad económica en una ciudad letrada de avanzadas. Son contados los criollos dominicanos que estudiaron en Europa y que tuvieran una presencia significativa, además del clérigo Sánchez Valverde, ningún otro fue capaz de incidir con sus ideas en la vida de la región. No fue sino hasta finales del siglo XIX cuando apareció la primera colección de poesía [“La lira de Quisqueya”] y cuando se forjan los primeros poetas de importancia. Del XIX, cabe seleccionar a Salomé Ureña Díaz, a José Joaquín Pérez y a Gastón Fernando Deligne como voces importantes, que muestran una dedicación central en la poesía, el pensamiento y la reelaboración de un sentido estético.

La poesía dominicana viene a tener cierta difusión durante el periodo del modernismo, donde se destacan una gran cantidad de poetas, entre los que sobresale de manera significativa Fabio Fiallo, quien también contribuyera con importantes cuentos. Así que, no solo en la poesía sino en la prosa, la participación dominicana en el modernismo es significativa. Al malogrado autor Federico Bermúdez cabe tener la fuerza poética para dejar atrás la escuela de Darío, con “Oro virgen” y “Los humildes”; entrada la década del treinta aparecen otros poetas de alcances mayores en las letras hispanoamericanas.

Puede ser descrita la poesía dominicana desde dos metáforas usadas por Heidegger: el suelo y la tierra. Toda la gran poesía dominicana ha tendido una relación mayor entre la tierra y el cielo y se ha separado del corazón, de los sentimientos, del amor. En el modernismo era la hiperestesia humana, en los poetas posmodernistas tenemos la tierra, como relación problemática del hombre con su entorno. Fue Domingo Moreno Jimenes quien, en la década de 1920, siendo un cronista de expresión sentimental sobre la tierra, une la poesía y a la espiritualidad. El corazón es entonces puesto en la tierra, en la poesía de Moreno Jimenes, que busca un lenguaje más coloquial y se aleja del retoricismo, de la poesía como artefacto que Darío encumbró.

Con una visión socializante, con un ritmo que pedía un escenario, llegó Pedro Mir, el más centrado en la tierra, que olvida por completo el cielo. Coloca la poesía en la boca de todos. Es el poeta social, portavoz del pueblo, continúa con ‘los humildes’ de Federico Bermúdez. Mir une la vida a la poesía, transforma el lenguaje modernista, el instrumental de Darío, con la finalidad de construir una sinfonía social. Es el poeta político por antonomasia: tierra, ágora y polísse unen en su decir. Tiene la dimensión nacional, la caribeña y la latinoamericana. Juega en la frontera de los imperios…

Unido al cielo y tocando la tierra, el más grande de los líricos dominicanos es Franklin Mieses Burgos se puede comparar con Lezama Lima y con Borges. Esta última comparación la realizó Nelson Julio Minaya. Mieses Burgos es el hito más extraordinario como poeta. Es el poeta universalista, filosófico, estético, preocupado por el destino del hombre. Es existencialista. Desarticula el aparato retórico, busca un diálogo distinto. Su poesía es una conversación sin pretensiones, es una alabanza al individuo. Si en Mir el hombre es lucha y colectividad, si Mir es el poeta del “nosotros”, Mieses Burgos es el poeta del yo, de una individualidad que resiste a la dictadura, el dolor humano (“Sin rumbo va, y herido por el cielo”. Con él tocamos los bosques sagrados donde mora Calíope.

A Manuel del Cabral, que continúa su meteórica carrera literaria en Buenos Aires, Argentina, le fue dado tener un amplio registro poético que, desde la tierra, el mundo latinoamericano y el cosmos, tiene sus mejores logros en “Los huéspedes secretos” (1951), en la poesía negra, “Trópico negro” (1941), y “Compadre Mon” (1943). Pero nunca logró ser el portavoz de las multitudes en un mundo signado por el compromiso social. Es un gran poeta, que deben reconocérsele los grandes retos literarios que abordó y de los cuales salió siempre con fama. Su tan dilatada obra es imposible que un lector común tenga de ella una visión pormenorizada. Le ha faltado el estudio académico y el análisis desapasionado.

Héctor Incháustegui Cabral es uno de nuestros grandes líricos. Era un periodista; tuvo una relación muy íntima entre la palabra y la gente. Es poeta de la tierra y del cielo [“Poemas de una sola angustia”, 1940]. Incháustegui es tan poeta social como poeta de la existencia. Junto a Mieses Burgos, está a la altura de la mejor poesía escrita en la lengua española. Y sin embargo, por razones políticas, el canon solo ha realizado una lectura parcial de su obra. Une Incháustegui Cabral a la tierra, una relación mítica y una intertextualidad bíblica. Al igual que Mieses Burgos se destaca en el teatro de tema universal. Su producción es vasta y hasta ahora, exceptuando lo que de él ha escrito José Alcántara Almánzar, es muy poco lo que se ha estudiado de su obra.

Con Freddy Gatón Arce completamos los cinco grandes poetas comrdominicanos. También une el cielo a la tierra. Gaton Arce hace poesía social en “Además, son”, y regional en “Magino Quezada” [“Retiro hacia la luz”, 1980], surrealista en “Vlía” (1944). Su otra es extensa, poco estudiada. De una altura lírica extraordinaria. Era periodista, como Héctor Incháustegui, su relación con la palabra es portentosa. Todos se separaron de Moreno Jimenes, en su búsqueda de un lenguaje más coloquial, sin embargo no abrazaron un neobarroco que negara la comunicación con el lector, como ocurre en cierta poesía cubana, por ejemplo, la de Lezama.

Pedro Mir

Pedro Mir

Podría decirse que entre estos grandes poetas, que son cinco, cabría integrar a Domingo Moreno Jimenes y a Tomás Hernández Franco; pero en el caso del primero, su obra total no está a la altura de los anteriores y en el caso del segundo, es la suya una obra poco extensa, que no puede competir con las anteriores. Sin embargo, no se pueden olvidar sus aportes estimables a la poesía dominicana.

La lista de los poetas dominicanos pudiera ampliarse a treinta. Hemos tenido en cuenta la dedicación a la poesía y la representación por grupo generacional; también sus aportes estéticos, la relación de su poesía con el entorno Caribe e hispanoamericano. Y, a mi manera de ver, son los siguientes: 1) Salomé Ureña. 2) José Joaquín Pérez. 3) Gastón Fernando Deligne. 3) Fabio Fiallo. 5) Federico Bermúdez. 6) Pedro Mir. 7) Franklin Mieses Burgos. 8) Héctor Incháustegui Cabral. 9) Rafael Américo Henríquez. 10) Manuel Rueda. 11) Aída Cartagena Portalatín. 12) Manuel Del Cabral. 13) Tomás Hernández Franco. 14) Máximo Avilés Blonda. 15) Carmen Natalia. 16) Vigil Díaz. 17) Domingo Moreno Jimenes. 18) León David. 19) José Enrique García. 20) Freddy Gatón Arce. 21) Alexis Gómez. 22) Tony Raful. 23) Cayo Claudio Espinal. 24) Adrián Javier. 25) José Mármol. 26) René Rodríguez Soriano. 27) Luis Alfredo Torres. 28) Víctor Villegas. 29) Carlos Rodríguez. 30) León Félix Batista.

Los escritores malditos

 

Los escritores malditos

Desde que Paul Verlaine publicase ‘Los poetas malditos’, donde ensalzaba la genialidad de algunos literatos, el adjetivo se ha utilizado para clasificar a autores cuya vida no seguía los cauces socialmente establecidos, sino aquellos marcados por los excesos.

15 
marzo
2023
Charles Baudelaire en 1863.

Cualquiera medianamente interesado en el mundo de la literatura ha escuchado e incluso pronunciado, en más de una ocasión, el término «maldito» para referirse a autores de toda índole.

Escuchar calificar a ciertos escritores como «malditos» pone sobre aviso al oyente: está a punto de escuchar una jugosa retahíla de infortunios vitales o anécdotas bizarras. Sin embargo, este término que pareciese utilizado desde que la literatura existe, fue inaugurado por el poeta francés Paul Verlaine en una fecha tan relativamente reciente como 1884. El lugar donde quedó plasmado el término, por supuesto, fue un libro, Los poetas malditos. En este, Verlaine pasaba lista a un grupo de literatos contemporáneos a quienes calificaba así por considerar que su propia genialidad les había supuesto una verdadera maldición: la de la incomprensión de los lectores e incluso el rechazo social. Se trataba de letraheridos de vida bohemia que, debido al rechazo del público hacia su obra, terminaban cayendo irremisiblemente en un hermetismo que solo les alejaba aún más de la aceptación popular.

Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé, Auguste Villiers de L’Isle Adam, Tristan Corbière, Marceline Desbordes-Valmore y el propio Verlaine, oculto bajo el seudónimo de Pauvre Lelian, componían la recién inaugurada nómina de poetas malditos.

En ‘Las flores del mal’, Baudelaire afirma que «el poeta ha nacido, y lleva con él la maldición que lo condenará»

Y cada uno cuenta con su propia historia. Rimbaud llevó a todos los extremos su necesidad de desarreglar los sentidos, por cualquier medio natural o artificial, para edificar una de las más radicales y rompedoras obras poéticas de la historia de la literatura. Mallarmé, a pesar de ser vapuleado por la crítica, se adelantó a su tiempo estableciendo los cimientos líricos de todas las vanguardias que estaban por llegar. A Villiers de L’Isle Adam la extrema pobreza y un ego desmedido no le impidieron dar un giro de timón a la literatura gótica de la época. Los inicios en el mundo del espectáculo de Desbordes-Valmore no menoscabaron una obra poética con gran carga política y que sería admirada no solo por Verlaine y Rimbaud sino, años después, por el poeta Louis Aragon. La vida desordenada y excesiva de Tristan Corbière tal vez tuviese mucho que ver con la poesía desgarrada con que destrozó la métrica tradicional y dio paso al argot para desorientar al lector. Por su parte, Verlaine, con su largo historial de escándalos sexuales salpicados de alcohol, drogas y otros actos delictivos, sigue siendo considerado uno de los máximos exponentes del simbolismo y precursor del modernismo.

Ninguno de ellos, no obstante, llega a la altura de Charles Baudelaire, considerado a día de hoy el poeta maldito por antonomasia y de quien Verlaine tomó prestado el término que nos ocupa. En el poema Bendición, de su obra Las flores del mal, Baudelaire afirma que «el poeta ha nacido, y lleva con él la maldición que lo condenará».

Baudelaire es, así, el maldito entre los malditos: bohemio y dandy a partes iguales, amante de todos los excesos, desde los carnales a los farmacológicos y, por encima de todo, el gran renovador de la poesía simbolista francesa. Y ya sabemos que toda renovación siempre suele tener a la mayoría en contra, especialmente a esa mayoría que vive de los réditos de la tradición. Fue su carácter desmedido lo que influyó mucho en que se le adjudicase el término de maldito a escritores entregados a las drogas, el alcohol, las pulsiones sexuales y todo aquello que, dejando aparte la literatura, fuese motivo de escándalo social.

Después de Baudelaire, y por mucho que Verlaine se esforzase en reducir el malditismo a la genialidad literaria y la incomprensión que esta lleva aparejada, la vida de muchos escritores tuvo más peso a la hora de ser calificados como malditos que su propia obra. Al fin y al cabo, malditos se consideran aún hoy a Charles Bukowski y Edgar Allan Poe por su alcoholismo, a Alejandra Pizarnik, David Foster Wallace y Sylvia Plath por ser suicidas, a Phillip K. Dick y Leopoldo María Panero por su esquizofrenia, o a Louis-Ferdinand Céline y Pierre Drieu La Rochelle por su colaboracionismo nazi.

La nómina es realmente extensa, y aunque el talento es evidente, gran parte del público no supo apreciar su genialidad. La sociedad, con su beligerante gusto por la tragedia ajena, les negó no solo parte del merecido pan, sino incluso el reconocimiento que tal vez hubiese permitido que sus vidas, si no más acordes con lo generalmente establecido, fueran más largas.

martes, junio 03, 2025

XIX FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESIA, PALABRAS EN EL MUNDO

OTRAS FOTOS DEL XIX FESTIVAL INTERNACIONAL  DE POESIA, PALABRAS EN EL MUNDO

















FOTOS DEL POETA  FAUSTO AYBAR
 

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